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Daniel Tubau, filósofo de la errabundia
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Daniel Tubau, filósofo de la errabundia
  5/5/2025



L o último que ha aprendido este filósofo, autor de una veintena de libros, editor, director de televisión, guionista y profesor, es cómo escribir paseando y uno de sus más recientes libros, 'Manual estoico de vida', se lo dictó a la grabadora mientras sumaba pasos

Principal consideración de sí mismo: «Yo no soy nada». Es filósofo, autor de una veintena de libros, editor de clásicos en Rosamerón, director de televisión y guionista, y profesor de lo mismo en varias universidades y escuelas españolas, en la cubana San Antonio de Los Baños, en Lima, Bogotá y Santo Domingo. Ahí es «nada». Tiene Daniel Tubau por costumbre dar una fecha distinta de nacimiento cada vez que se la piden. Pongamos que nació en Barcelona en el año 1972 y poco más, que se sepa.

Suspendió todos los cursos entre los 8 y los 14 años, cuando decidió renunciar entre otras cosas porque lo echaron del instituto. Se dio entonces a la noche disoluta de Madrid y, también, a la lectura compulsiva, de los filósofos griegos a los poetas chinos. Edgar Allan Poe era su «ídolo» y así a los 17 años empezó a escribir cuentos de terror que editaba un quiosquero quien, sin decir nada, los publicaba en Hispanoamérica. Lo supo años después por el público de sus conferencias en Lima y Buenos Aires.

Su infancia transcurre a carreras por los pasillos de Prado del Rey en busca de recortes de celuloide con los que él y su hermana, «los niños de la casa de la tele», montaban peliculitas. No en vano su madre era montadora y directora de programas, y su padre, el proteico Iván Tubau (poeta, profesor de Periodismo, humorista gráfico, actor erótico, director de Playboy y eterno polemista). A los 19 años, el chaval ya hacía guiones para varios programas de televisión. 

El arte de la duda
Se niega a definirse y ha inventado una categoría inexistente: «esclepticista», contracción de escéptico (duda y desconfía de toda verdad) y ecléctico (adopta lo mejor de cada asunto). A los 25 años accedió a la Facultad de Filosofía de la Complutense convalidando el acceso para mayores, y convenció a sus profesores para cambiar su asistencia a las clases por trabajos que aún nutren su escritura y publica en su web, que titula «el diletante», entendido como «el que ama lo que hace».

Ha dedicado ensayos al arte de discutir, al de la escucha y sobre todo, a la felicidad, «que por delante de la ética o la moral fue el asunto que más interesó a los pensadores clásicos». Él es feliz en la serenidad, la calma solitaria y el trabajo: las vacaciones le aburren como un día sin pan. Pero tampoco concibe la vida sin fiestas, que sería «como un viaje sin posadas», aserto que toma de Demócrito, su filósofo y viajero favorito, e incluso sin algún exceso que al día siguiente le cause displacer (el de la resaca o el «¡¿cómo he podido?!») ¿Que por qué no se considera filósofo después de tantos tratados filosóficos? «Porque los filósofos opinan demasiado y demasiado en firme». Él en cambio necesita la modestia y, sobre todo, el humor.

Sus libros son por veces eruditos y otras, hilarantes, y lo mejor que uno puede aprender en ellos o en su conversación es el arte de la duda y la curiosidad sempiterna: saber que nada sabes. Ah, también es un consumado paseante y vive en el Madrid cañí en un quinto sin ascensor. «Me faltan tres kilómetros hoy», me dice en saliendo de la +Bernat, y emprende camino a pie Barcelona abajo hasta el Gòtic, donde se aloja en la antigua casa de «Iván» (Tubau, su padre). Lo último que ha aprendido es cómo escribir paseando y uno de sus más recientes libros se lo ha dictado a la grabadora mientras suma pasos. Y así va, errabundo.


Elena Pita - Abril




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