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DARSE DE ALTA
Queremos mucho a la luna. El 21 de julio de 1969 Neil Armstrong puso un pie de su pesado traje de astronauta en la luna.
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Queremos mucho a la luna. El 21 de julio de 1969 Neil Armstrong puso un pie de su pesado traje de astronauta en la luna.
ACEC  25/7/2019




El 21 de julio de 1969 Neil Armstrong puso un pie de su pesado traje de astronauta en la luna. Hasta la fecha, sólo 12 seres humanos han hecho pie en la superficie lunar. Pero hacía siglos que había llegado allí la literatura, desde que hace 2.000 años Luciano de Samosata fabulara con un barco griego que unos vientos descomunales empujan hasta la luna. Se pasearían por ella, o alrededor de ella, los personajes de Cyrano de Bergerac o Julio Verne. Los pescadores lunáticos de Italo Calvino incluso se auparon a su superficie cuando bajaba hasta besar las aguas del mar en esas noches de lunas anchas, blandas y voluptuosas que se agrandan en el horizonte. Y es que la historia de la literatura está llena de lunáticos. Una de las historias más recientes, la maravillosa la novela gráfica Un policía en la luna de Tom Gauld, que nos muestra una luna colonizada pero de la que todo el mundo se va. Como de esos lugares vacacionales que un día estuvieron de moda, a los que la gente tenía mucha prisa por ir y había atascos de tráfico para llegar, pero que al paso del tiempo la gente abandona por otro sitio nuevo y los apartamentos se van vaciando dejando detrás una melancólica decrepitud de arcadas de yeso.

 

El mito
La luna Jules Casshford (Atalanta)

Como todos los libros de Atalanta, su formato de encuadernación cosida e ilustraciones evocadoras, es un regalo para los sentidos y su contenido abre puertas secretas al mundo de los mitos, los sueños y el conocimiento profundo. Nos advierte el autor que este es un libro para “explorar los mitos, símbolos e imágenes poéticas de la luna”. Y desde el inicio nos muestra cómo la luna nos fascina tanto porque también es una metáfora de nosotros mismos. Ha sido inspiradora de nuestros relatos sagrados más ancestrales en muy diversas culturas porque su nacimiento, crecimiento, plenitud, decadencia y desaparición para volver a nacer, nos dice mucho de nosotros mismos: “durante tres noches la luna está muerta y el cielo oscuro, pero al tercer día resucita y vuelve a alzarse”. Una figura de una mujer embarazada tallada en piedra hace más de 20.000 años hallada en las cuevas de Lascaux sostiene un cuerno en forma de media luna con trece rayas marcadas. Trece son los días del periodo del crecimiento de la luna. Cashford nos pasea por las referencias de la cultura mesopotámica a la luna representada por su diosa Ianna, nos lleva al Egipto de los faraones, a la India, a la Grecia donde Platón miraba la luna como un ente en simbiosis con la Tierra, a la cultura judía, cristiana, a los cuentos de la Melanesia, a las leyendas aztecas, a los mitos lunares de China… La luna como espejo de la fugacidad de nuestro brillo y como inspiración en el anhelo de alzar la mano hacia algo que está por encima de la materialidad de nuestras vidas finitas.

El viaje
Objetivo la luna (National Geographic) VVAA.
El empujón final del viaje a la luna que culmina en 1969 con la bota de Armstrong surge en plena fricción de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Llegar a la luna se convierte en una batalla, no tan importante desde el punto de vista de la estrategia militar como de lo que simboliza en un momento de equilibrio entre las dos superpotencias. El compromiso público del carismático presidente Kennedy de poner a un norteamericano en la luna se convirtió en el pistoletazo de salida de un correcalles para que la NASA ganara esa carrera y se dotó con un presupuesto nunca visto al programa Apolo. Este libro recopila media docena de artículos de esta década prodigiosa de la exploración espacial, que nos arma el camino hasta la luna. Y también un artículo que cierra el ciclo, donde los propios astronautas del Apolo 11 explican en primera persona su viaje extraordinario. Vale la pena señalar que, más allá de la machada norteamericana de ser los primeros y hacer rabiar a los soviéticos, pisar la luna tuvo interesante derivadas científicas. Entre otros experimentos, los astronautas colocaron en la Luna una serie de retrorreflectores que han servido durante años a los investigadores para enviar rayos láser a esos espejos. Esto ha permitido una medición muy precisa de la distancia a la Luna, que a su vez ha valido para confirmar la teoría general de la relatividad de Einstein.


El planeta
Las mil caras de la luna (Harper Collins)
Eva Villaver nos acerca a la luna con el conocimiento de una científica pero con el punto de vista de una escritora: hay un montón de evocadoras citas literarias y ninguna ecuación. Señala la importancia de la luna para entender el origen de nuestro planeta y del resto del cosmos porque “es un mundo que ha permanecido inalterado durante más de tres mil millones de años, mientras que la Tierra ha sido modificada no solo por la geología, sino por la aparición de los primeros organismos vivos”.

La luna insiste en ser misteriosa. A día de hoy, todavía no hay una teoría absolutamente firme sobre su origen. Villaver señala que la más aceptada es que la prototierra fue golpeada por un cuerpo grande, de masa cercana a la terrestre (podría ser un planeta del tamaño de Marte), de manera oblicua y con velocidad cercana a la de escape (de 11,2 kilómetros por segundo). El impacto provocó que, a partir del material arrancado a ambos cuerpos, se formase un disco alrededor de la Tierra y que, a partir de ese disco, se formara la Luna.


 

Nos cuenta muchas cosas de la llegada del Apolo 11: “En mi opinión, lo que resume la belleza de ese instante es cuando Armstrong, solo en la superficie de la Luna como un niño que juega a pisar un charco por primera vez, examina sus pasos y dice: «Puedo ver las huellas de mis botas». Como en la Luna no hay erosión, aparte de los pequeños y continuos impactos de micrometeoritos, las marcas que dejaron los astronautas permanecerán visibles en la superficie durante cientos de miles de años. Eso sí que es dejar huella. Neil Armstrong permaneció en la superficie de la Luna durante ¡dos horas y treinta y un minutos! ¿Qué hizo? Pues, entre otras cosas, lo mismo que cualquier otro turista: fotos, sobre todo de su compañero de viaje Buzz Aldrin, quien, tras asegurarse de no dejar cerrada la puerta del módulo lunar, se unió a Armstrong (su precaución le restó unos quince minutos de paseo).”


 

Nos explica también nuestra capacidad para ensuciarlo todo: la luna tiene ya con un souvenir terráqueo de más de 181 toneladas (¡181.000 kilos!) de materiales dejados allí por el hombre: 70 vehículos (entre los que se encuentran rovers, módulos lunares y sondas estrelladas en la superficie), 2 bolas de golf, paquetes vacíos de comida espacial, cámaras, martillos, palas, 12 pares de botas, la pluma de un halcón, 96 bolsas de orina, heces y vómitos; semillas de algodón, colza y patatas, huevos de moscas de la fruta y levaduras…


 

Sobre la afición a conquistar lo que no puede pertenecer a nadie, explica que “aunque existe un acuerdo internacional para que ninguna nación pueda reclamar propiedad sobre la Luna, los estadounidenses decidieron colocar una bandera en cada una de las misiones Apolo que tocaron su superficie; o sea, seis. La del Apolo 11 era de nailon y no tenía nada especial; la compró una secretaria en la tienda más próxima por apenas 5,50 dólares, y la adaptaron para que los astronautas la pudieran colocar. Se cree que, probablemente, la bandera del Apolo 11 no sobrevivió a la exposición de los gases de ignición durante el despegue del módulo lunar. Si lo hizo, ahora será blanca. Expuesta durante años a la acción de la radiación ultravioleta del Sol, los colores de una bandera se desvanecen. Sucedería también en la Tierra, pero en la Luna ocurre con más rapidez sin el filtro de radiación que proporciona la atmósfera terrestre. La misma suerte han debido correr las otras cinco banderas. Si no se han desintegrado bajo la acción de los micrometeoritos, las variaciones de temperatura entre el día y la noche, de casi trescientos grados, y la exposición directa a la luz solar las habrán ido convirtiendo, con el paso del tiempo, en banderas blancas”. Lo extraordinario es que la naturaleza siempre es más inteligente que nosotros.

 

 

Toni Iturbe
Librújula





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