Pero algo de fetiche debe tener para el escritor barcelonés porque la efeméride de ese galardón se ha cruzado positivamente al menos tres veces más en su vida: en 1960, con cierta fama en cenáculos literarios, para salir mejor parado de su paso por la siniestra comisaría de policía de la Via Laietana, detenido tras participar en el congreso de Praga del PCE; en 2013, al cumplirse los 55 años de la publicación, recibió el Nacional de las Letras Españolas y ahora, a los 60 años de su aparición, le ha llegado el reconocimiento del Premio Internacional Carlos Fuentes 2018, concedido por el Gobierno mexicano y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
“El suyo es un edificio verbal asombroso”, en el que destaca “su compromiso irrenunciable y persistente con la literatura y su afán de renovar la novela tradicional a través de la pluralidad de perspectivas, incluido el ensayo, la filosofía y la reflexión sobre la creación literaria misma”, ha destacado el jurado de un premio bienal que en su última edición ganó el mexicano Eduardo Lizalde y, anteriormente, el nicaragüense Sergio Ramírez (2014) y Mario Vargas Llosa(2016). Sí, el mismo escritor peruano que en esa Barcelona de los años 60 donde coincidieron ya elogió, como también lo hiciera el entonces vecino del barrio Gabriel García Márquez, los méritos de Las afueras.
Esa preocupación por la evolución del género es el corazón de uno de los más reconocidos ensayos del titular del sillón C de la RAE, Naturaleza de la novela, con el que obtuvo el premio Anagrama. El Carlos Fuentes es el séptimo galardón en la trayectoria de un autor con lectores más cualitativos que cuantitativos, único superviviente de la saga literaria que compuso con sus hermanos José Agustín y Juan, que completan el Ciudad de Barcelona en 1976 por Los verdes de mayo hasta el mar (segunda entrega de Antagonía, tetralogía que es su obra preferida y en la que invirtió 17 años), el de la Crítica de 1984 por Estela del fuego que se aleja y el Nacional de Narrativa de 1992 por Estatua con palomas.