Una lengua debe servir para la imprescindible y cada vez más rara tarea de pensar
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Una lengua debe servir para la imprescindible y cada vez más rara tarea de pensar
16/6/2025
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ere Lluís Font recibe el Premi d'Honor de les Lletres Catalanes.
Muchos años ha tardado Òmnium Cultural, la entidad que concede el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes, en caer en la cuenta. Han sido necesarias 57 ediciones del galardón para que fuera colmado un vacío clamoroso. Han sido premiados novelistas, ensayistas, poetas, dramaturgos, filólogos, periodistas, arqueólogos, historiadores y geógrafos. En ocasiones, más por su identificación con la ortodoxia nacionalista que por sus auténticos méritos intelectuales.
Muchos son los nombres indiscutibles, pero también los discutidos, directamente excluidos o negligentemente olvidados. Pesa sobre el premio la ausencia sectaria de Josep Pla, el mayor escritor de nuestra literatura contemporánea, inventor de la prosa literaria y periodística que conocemos y constructor en pleno franquismo del público lector en lengua catalana. Se podría hacer una buena y larga lista de los grandes nombres excluidos por un estrabismo ideológico de los jurados que no afecta únicamente a las ideas, sino también a algunas de las ramas del amplio y fecundo árbol de las letras. Uno de ellos era Pere Lluís Font, en su caso porque la excluida era su disciplina, la filosofía.
La edad del premiado, 91 años, no permitía esperar más. Otros ya murieron o, debido a las circunstancias, también al exilio, habían escrito el grueso de su obra en otras lenguas, el castellano especialmente. Algunos de los más brillantes tienen obra en catalán, además del castellano, aunque probablemente sin suficiente entidad cuantitativa y popularidad mediática para entrar en la consideración de unos jurados fuertemente motivados por los simbolismos políticos. Sobre los méritos del premiado hablan por sí solos sus ensayos filosóficos y teológicos y sus traducciones de obras fundamentales, destacadamente de Spinoza, Pascal, Kant, Descartes o Montaigne. También son elocuentes sus ideas políticas, moderadas y razonables como todas sus ideas filosóficas, aunque abiertamente nacionalistas, nada que pueda reprochársele, por supuesto, y menos desde la lengua castellana, hermana más que vecina, desde la que ha traducido con brillante acierto la poesía de San Juan de la Cruz.
La lengua de los filólogos tiene mucho peso, quizás excesivo. Olvidada queda, en cambio, la más básica y necesaria, que es la lengua del pensar mismo. Para caer en la cuenta hacía falta una cierta distancia política, imposible en los primeros años y todavía más difícil en los últimos. Y también un cierto sentido histórico. Pensando en los lectores del futuro, tienen más valor y trascendencia las traducciones de los grandes clásicos de la filosofía que ha realizado Pere Lluís Font que la obra de buen número de los premiados, sobre todo las prescindibles novelas de algunos de los narradores.
Òmnium ha empezado a rectificar. Está regresando a la tarea que le es propia, y de la que nunca se debió desviar. La lengua por encima de todo. No es convincente el modelo irlandés, tan admirado por algunos, de una nación independiente, pero de lengua residual. Una lengua debe servir para la imprescindible y cada vez más rara tarea de pensar. Tal como ha dicho Pere Lluís Font, sin la lengua no somos nada