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Robert Juan-Cantavella: “Me equivoqué al dejar mi banda de punk para ser escritor”
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Robert Juan-Cantavella: “Me equivoqué al dejar mi banda de punk para ser escritor”
  28/7/2025



E l escritor publica 'Detente bala', una novela en la que Franco Piatkun, de profesión actor de novela, escribe a todos los escritores con los que ha trabajado mientras pasa sus días en un manicomio
Igual que hay actores de cine y de teatro, también existen los de novela. O eso dice Franco Piatkun, que asegura ser uno de ellos. Es el protagonista de Detente bala (Candaya), la última novela de Robert Juan-Cantavella (Almazora, Castellón, 1976), y no para de escribir cartas a todos aquellos escritores para los que ha trabajado, pese a que la mayor parte estén fallecidos. No le importa, tiene mucho tiempo. Pasa sus días en un manicomio, en el que ha terminado por no saber gestionar bien sus traumas. Tiene varios: el primero, que siempre ha trabajado como personaje secundario. “Defiende todo el rato que son muy importantes para el peso de la historia. Y es cierto lo que dice, pero él no se cree sus palabras. Lo dice solo para dignificar su oficio, pero siente frustración por no ser nunca el protagonista”.

Resulta complicado estar en primera línea cuando tu trato con las mujeres es nulo. “Esto viene de lejos, de la relación con su madre” –desvela el escritor – “existe una especie de complejo de Edipo. Su madre era muy protectora y siempre estaba encima suyo, hasta el punto de no permitirle salir con chicas. Por eso, su relación es nula y no sabe actuar ante ellas. Esto va más allá de sus dotes sociales pues se ve incapaz de trabajar en una novela creada por una escritora. De ahí que no avance y nunca alcance el protagonismo que tanto ansía y que lo vuelve loco”.

Escribir cartas le ayuda a alejarse del lugar en el que está y hace que el tiempo le pase más rápido. Pero, ¿cómo elegir a qué autor dedicarle unas líneas? Juan-Cantavella siempre ha sido partidario de crear juegos metaliterarios en sus escritos que permiten usar sus libros como plataforma para adentrarse en otros, como ya ocurrió en Proust Fiction. “No lo hago queriendo, pero surgen. Me encanta que el lector entre desde el minuto uno en estado de sospecha. Que dude de todo y trate de hallar respuestas”. Y con este narrador “nada fiable”, el juego está asegurado.

Quien conozca a Robert Juan-Cantavella podría no extrañarle que haya elegido el género epistolar para este proyecto. Se considera una persona analógica, que huye de las redes sociales y que, hasta hace poco tiempo, se resistió a tener un smartphone y descargarse cualquier aplicación de mensajería instantánea. Si un alumno de la escuela de escritura del Ateneu, de la que es profesor, quería hacerle alguna consulta, tenía que hacerlo en persona, “como debe ser, ya que podré ayudarle mejor”, defiende. Pero su trabajo como traductor y escritor, al final, acabó necesitando de “estos cachivaches” para que la comunicación fluyera mejor y más rápido. “Somos unos esclavos de los tiempos que corren”, lamenta.

Pese a su defensa analógica, admite que no es un hombre de cartas. “Escogí escribirlas porque me funcionaban muy bien para lo que quería contar. De hecho, antes de saber bien qué es lo que quería escribir, debo decir que sí tenía claro que lo haría mediante cartas. Siempre he sido un hombre seguidor de la más rabiosa actualidad”, sonríe irónico.

Lo cierto es que sí que hay algo de contemporaneidad y presente en el texto, y eso es el debate sobre qué es un plagio y qué no. “¿Existen las ideas originales o está todo inventado? Muchas veces, creemos haber creado algo que ya hacían nuestros antepasados. O, como escritores, pensamos que hemos imaginado una trama sobre la que nunca nadie antes había escrito. Pero, no es así. Piatkun también lo sospecha, pero lo que a él llama plagio yo lo llamo tradición literaria. No está mal fijarse en lo que ha escrito el resto y llevarlo a tu terreno. Es muy difícil que surja algo nuevo, ya no solo en literatura, sino en diferentes campos. Yo mismo no lo he logrado en todo el tiempo que llevo escribiendo pero, como todos, es algo a lo que aspiro”.

Su ambición, en el buen sentido de la palabra, le llevó a mudarse de joven a Barcelona para estudiar. “Allí se editaban las revistas que siempre leía: Lateral y Ajoblanco”. De la primera acabó siendo jefe de redacción y a la segunda llegó tarde pues, el día que envió su currículum y un artículo de muestra, la publicación cerró sus puertas. “Me resuenan todavía las palabras que pronunció el locutor de radio aquel día. Dijo: ‘Ahora en la redacción de Ajoblanco ya solo quedan miles de artículos que nunca verán la luz’. Y uno de esos era el mío.

Se lo tomó con humor, como todo lo que hace. “No entendería la vida de otra forma”, asegura. Ese buenrollismo lo traslada con naturalidad a sus tramas y personajes. “Acostumbro a escribir sobre personas perdedoras y cretinas pero que tienen su corazoncito. Me dan más juego y, a la vez, me permiten desarrollar con más facilidad este tono humorístico que, insisto, no es buscado, sino que me sale solo. Es una cuestión de actitud, de cómo te tomas la vida. Si yo me hubiera propuesto hacer reír al lector expresamente, esto no hubiera salido bien”.

Tampoco hubiera salido bien su carrera literaria si se hubiera detenido a pensar qué suponía perseguir sus sueños de escritor. “Tuve que dejar la banda de música punk en la que estaba, The Vidre. Intentamos aguantarla, y subía y bajaba a Castellón, pero acabó siendo difícil de sostener porque yo era el vocalista. Los músicos, que eran los verdaderamente talentosos, terminaron por marcharse a otros grupos. Siempre he pensado que me equivoqué, que no debería de haber dejado mi banda para ser escritor. Esa etapa fue mucho más divertida. Tampoco quiero que parezca que hago una opa a toda mi vida, porque lo que hago me llena. Pero más a menudo de lo que me gustaría me pregunto si hice bien”.

Puede que esos pensamientos cargados de nostalgia le lleguen ahora que la formación, de forma puntual, se vuelve a juntar. Sin ir más lejos, el pasado mes de mayo dieron un concierto en Almanzor, algo que hizo “especial ilusión” a Juan-Cantavella. “Todo lo bueno que nos ha pasado siempre tiende a regresar. Y, si no lo hace, siempre podrá convertirse en material para escribir”, concluye.


Lara Gómez Ruiz -Lavanguardia




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