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Vigencia de Raymond Chandler en el aniversario de su nacimiento
  25/7/2025



E l 23 de julio es una fecha señalada para cuantos celebran la ironía, el sarcasmo, como el arte mayor en el azote de las corrupciones. Y lo es porque el 23 de julio de 1888, un día como hoy, hace 137 años, vino al mundo en Chicago Raymond Chandler. Llamado a dotar de lirismo, hondura y entidad psicológica lo que en Dashiell Hammett se queda en la reproducción brutal de la realidad de su tiempo —tan sombrío y miserable como el nuestro—, Chandler imaginó un hombre de honor, esa figura quimérica en las sociedades de cuyas alturas no se desprenden más que mentiras.

El inglés Julian Symons, en su Historia del relato policial (1972) —género al que también aportó algunos títulos—, corresponsal de su colega y mentor estadounidense, recordaba “la famosa y retórica invocación de Chandler acerca de su detective soñado”. Sí señor, el autor de El largo adiós (1953) imaginó a un hombre de honor “caminando a través de esas calles miserables”. Ése fue el germen de Philip Marlowe, cuyo apellido —cumple señalar— es el mismo del poeta Isabelino Christopher Marlowe y del narrador de El corazón de las tinieblas (1899), de Joseph Conrad. He aquí un detalle que permite especular con ese menoscabo que el propio Chandler sintió en un primer momento por el género que habría de dignificar y convertir en la novela social por excelencia de un tiempo venidero: el de las grandes corrupciones, el nuestro. En una de esas cartas que remitió a Symons, el autor de Adiós muñeca (1940) apunta: “Aceptar una forma mediocre y convertirla en algo parecido a literatura es en sí un éxito”.

Ya en nuestros días, es decir, con el relato criminal convertido en la novela social por antonomasia de nuestro tiempo, Pierre Lemaitre escribe en su Diccionario apasionado de la novela negra: “Chandler siempre consideró el género negro menor, vulgar y destinado a un público analfabeto”. Afortunadamente, las contradicciones de ese maestro de la ironía que hoy celebramos también pueden considerarse uno más de sus sarcasmos. De vocación tardía, aunque había publicado poemas y colaboraciones en prensa en sus años ingleses —creció en el Reino Unido y llegó a tener la doble nacionalidad— su primer relato criminal —Los chantajistas no disparan— apareció en Black Mask en 1933.

“Vagando por la costa del Pacífico en automóvil empecé a leer revistas pulp, porque eran lo bastante baratas como para tirarlas y porque nunca me gustó ese tipo de cosas que se conocen como “revistas femeninas”. Esto fue en los grandes días de Black Mask —si es que lo fueron— y me llamó la atención que algunos de los escritos eran bastante contundentes y honestos”, recordaría él mismo evocando sus comienzos.

De vocación tardía, Raymond Chandler llegó a la literatura tras haberse desempeñado en diversos empleos. Pero, sobre todo, habiendo fracasado en la dirección de empresas. La Gran Depresión y su alcoholismo fueron la causa de que naciera el autor que habría de dignificar el relato criminal sin querer hacerlo.

Cuesta creer que así, como si nada, Chandler convirtiese Santa Mónica en un territorio mítico, Bay City, a través del cual reflejó la corrupción y decadencia moral de la sociedad de su tiempo. Y que 65 años después de su muerte, acaecida en 1959, la degeneración de Bay City toque tan de cerca a nuestro aquí y ahora. Esa universalidad de sus asuntos, allende los géneros, solo le es dada a la buena literatura, a la inmortal, a la que permanece como ejemplo a través de las épocas.
Dicen que al autor que hoy aplaudimos, que dedicó una buena parte de su actividad literaria a escribir para Hollywood, no le gustaba el cine. No era su manía a la queridísima Veronica Lake, fueron también sus discusiones con Billy Wilder. En 1946, Howard Hawks tuvo que mandarle un telegrama para preguntarle quién mataba a Owen Taylor, el chófer de los Sternwood en El sueño eterno. También dicen que a Chandler la trama, el asunto, le interesaba poco. En opinión del creador de Marlowe, había autores de historias y autores de textos. Nunca he llegado a comprender si se incluía entre los primeros o los segundos. El caso fue que, en El sueño eterno, acabó adaptándole el mismísimo William Faulkner.

Unos años antes se había instalado en California. Fue al acabar la Gran Guerra, cuando, como todos los grandes autores estadounidenses, había querido venir a pelear contra el Káiser en Europa. Hoy cumple celebrarle mediante uno de los perdedores más íntegros que la historia de la literatura registra: Philip Marlowe. Recordemos a este hombre, en verdad honesto, en El largo adiós, comentando a Harlan Potter —el millonario que quiere echar tierra sobre el escándalo que le salpica—: “Creo que será mejor que me permita tener mis propias ideas, señor Potter. Por supuesto que no son importantes. Pero son lo único que tengo”. Y así, a renglón seguido, recordemos esa broma de Groucho Marx que parece ser la máxima de los falsos mesías de nuestro tiempo: “Estos son mis principios, pero si no le gustan puedo cambiarlos”. Celebremos una y mil veces a Raymond Chandler, dignificador del noir, el hard boiled y cultivador del sarcasmo como el arte mayor contra las corrupciones de todos los tiempos.



Javier Memba - ZENDA




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