E
n Nubes bajas, la escritora Núria Añó convierte la derrota en una forma de lucidez.
La vida contemporánea está marcada por la incertidumbre y el ritmo frenético que imponen las grandes ciudades; en ellas, conviven personas cuyas esperanzas a menudo colisionan con rutinas desgastadas. Las relaciones familiares se tensan entre el cuidado de los mayores y la falta de tiempo para compartir con ellos, mientras el deseo de libertad y la sensación de haber desperdiciado oportunidades enturbian el día a día de muchos individuos. Este paisaje conforma un escenario de contradicciones en el que el pasado, a menudo idealizado, parece convivir con un presente tan gris como inevitable.
Sobre esta base, la novela Nubes bajas, de la escritora Núria Añó, propone un relato de personajes al borde de su propio abismo, cuyas vidas giran en torno a silencios, recuerdos y la sensación persistente de que lo esencial de sus anhelos se ha escapado. Desde las primeras páginas, el lector vislumbra historias de quienes, con trayectorias muy distintas, terminan por coincidir en un punto común: la fatiga de la rutina y la impotencia ante el deterioro físico y emocional. Así, se teje una atmósfera íntima donde lo cotidiano se convierte en un espejo de frustraciones y confesiones inacabadas.
Las tres protagonistas de Nubes bajas —Gabriele, Silvia y Marianne— están unidas por un pasado común y por el peso de sus propias renuncias. Marianne, antigua maestra, vive sus últimos años en una residencia, atrapada entre recuerdos borrosos y la sensación de haber sido desplazada por su propia familia. Gabriele, una actriz que conoció la fama, regresa a su ciudad natal y se enfrenta a la soledad y a los fantasmas de sus antiguos amores. Silvia, su amiga de juventud, lleva una vida doméstica marcada por la rutina, el cansancio y un matrimonio sin brillo. A través de ellas, la autora construye un retrato coral de tres destinos que reflejan distintas formas de envejecimiento, desilusión y deseo de reconciliación.
Los encuentros entre las tres mujeres revelan tensiones soterradas, recuerdos que pugnan por salir a la superficie y la imposibilidad de rehacer los vínculos del pasado. En paralelo, y en esa suerte de presente suspendido en que transcurre la narración, la novela muestra la cotidianidad de cada una: la confusión mental de Marianne, el tedio doméstico de Silvia y la errancia de Gabriele entre hoteles, aeropuertos y rodajes. Nubes bajas puede definirse como una novela de la madurez femenina, una exploración de las huellas que va dejando el tiempo, así como de la nostalgia de lo perdido y de esa sensación de íntima derrota que acompaña a quienes han visto cómo sus aspiraciones se diluyen.
Con la mirada detallista a la que nos tiene acostumbrados, la autora recurre a símbolos relacionados con la decadencia del cuerpo y de los sueños, explora la vejez y su colisión con la enfermedad, y cuestiona las relaciones afectivas. Recurso notable, además, en esta novela —aparte de su ritmo pausado que le sirve a la autora para su incisiva metáfora de la soledad existencial—, es la alternancia de voces narrativas como parte integral del párrafo, de manera que enlazan el tedio de la rutina con esbozos de una nostalgia avasallante:
Madre, expresa la hija mientras entra en el comedor, ¿no se acuerda que le toca la pastilla? A continuación la hija llena un vaso de agua, abre un cajón donde guarda un arsenal de medicamentos, rompe el precinto de un comprimido y se da la vuelta. Marianne está sentada en una postura extraña, tiene los ojos cerrados, los brazos, alicaídos en el regazo, la cabeza, apuntando hacia arriba, la boca entreabierta. ¿Madre?, exclama la hija mientras le coge el brazo. ¿Madre? Pero ya se despierta bruscamente de este sueño profundo que tanto la invade de día como de noche, cualquier hora parece idónea. Mejor dormida que despierta, piensa Marianne cuando se lleva la pastilla a la boca. Y ahora bébase toda el agua, señala la hija mientras mira la hora de ese gran reloj antiguo.
Reflexión sobre la pérdida —del cuerpo, de los sueños, del lugar que se ocupaba en el mundo—, pero también sobre la persistencia de la memoria y la dignidad en medio del desgaste, la obra convierte la derrota en una forma de lucidez, y se aparta de conceder la redención entendida como un punto de llegada, una paz final o una epifanía que lo resuelva todo. Núria Añó se mantiene deliberadamente lejos de ese tipo de consuelo narrativo. En su universo, la vida no ofrece cierres redondos ni iluminaciones súbitas, sino apenas una continuidad de días que se suceden con la mezcla inevitable de rutina, memoria y desgaste. La metáfora de las “nubes bajas” se refuerza como la imagen de un horizonte cercano pero borroso, un espejismo emocional que le niega a cada personaje la oportunidad de alcanzar sus anhelos.
Nacida en Lleida en 1973, Núria Añó es escritora y traductora que cursó estudios de Filología Catalana y Lengua Alemana. Ha participado en múltiples coloquios internacionales, con trabajos sobre figuras literarias como Elfriede Jelinek, Patricia Highsmith o Karen Blixen, y es autora de novelas como Els nens de l’Elisa (Los niños de Elisa, 2006; finalista del Premio Ramon Llull), L’escriptora morta (La escritora muerta, 2008), Núvols baixos (Nubes bajas, 2009), La mirada del fill (La mirada del hijo, 2012), El salón de los artistas exiliados en California (2020) y El chico de la medalla de bronce (2026).
La autora ha ganado el XVIII Premio Joan Fuster de Narrativa Ciutat d’Almenara y el cuarto premio internacional de escritura 2018 Shanghai Get-Together, además de las prestigiosas becas internacionales Nuoren Voiman Liitto (Finlandia, 2016), Shanghai Writing Program (China, 2016), Baltic Centre (Suecia, 2017), IWTCR (Grecia, 2017), Krakow Unesco City of Literature (Polonia, 2018), IWTH (Letonia, 2019, 2023 y 2025) o Lu Xun Academy of Literature IWP (China, 2020). Novelas, relatos y ensayos de su autoría han sido traducidos al español, francés, inglés, italiano, alemán, polaco, chino, letón, portugués, neerlandés, griego, árabe, rumano y sueco.