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Francisco Ferrer Lerín: el poeta en su entorno
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Francisco Ferrer Lerín: el poeta en su entorno
  9/11/2025



M e faltaba, como especialista en la carrera literaria de Francisco Ferrer Lerín, estudiar al poeta en su entorno, en Jaca, lugar mítico, toda vez que allí ha escrito gran parte de su segundo corpus lírico (2005- 2020), y allá viajé este verano desde el Cabo de Gata, invitado por el Ayuntamiento al acto de clausura de la Feria del Libro junto al escritor Ramón Acín y Ferrer Lerín. Con ambos estuvimos departiendo en un sótano del restaurante Cobarcho sobre las influencias líricas de la generación novísima, sobre los seres luminosos en la oscuridad de los cines, sobre apellidos ilustres y prácticas onerosas, el robo de libros, las artes amatorias, mujeres que se devoran por dentro, todo puede pasar.

En estas páginas entonces daré cumplida cuenta de un breve pero intenso viaje a Jaca, en el cual me hice una idea completa del entorno leriniano.El filólogo, en este caso, debe actuar como el entomólogo, el cual no puede entender a una especie sin saber de dónde procede. Conocer cuáles son los condicionantes del clima, las horas de lluvia, la extensión de su hábitat o su cadena trófica.

En el tren a Zaragoza iba repasando las notas y las fotografías que se expondrían en la charla, un coloquio que abarcaría un periodo desde la poesía social hasta la aparición de los novísimos (no en vano su poesía primera se fraguó a partir de la poesía social, para superarla, hasta adentrarse en el canon novísimo, sin formar parte de ellos). Ya digo, esa era la intención primera (así como hablar de los rasgos de autobiografismo en su obra), pero Lerín tiende a hablar y a emocionarse con los casos concretos y prefiere reproducir con esmero los pormenores de sus historias. Poco importa a estas alturas eso de que si fue el primer novísimo, que si le copiaron, si fue el maestro de Gimferrer, y cómo no, también recordamos la debacle del fenómeno editorial de los setenta.

Más que de literatura, Lerín habla de naturaleza, o de aves, o de la toponimia de la zona, y eso fue lo que pasó. Las veces que lo he vito en persona es capaz de hablar más de los distintos vuelos de las aves que de las posibles influencias literarias. Casi se podría decir que a Lerín le aburre la literatura, o para ser más precisos, lo literario. Quizá por aquella facilidad innata al escribir, no concede importancia a lo literario, o por saberse quizá en la cúspide de la cadena trófica.

Parece conceder, pues, mayor importancia a lo secundario que a lo principal, como sucede en su obra, siempre tan importantes aquellas historias con trama débil predilectas por su pluma.

Nada más llegar a Jaca, me sorprendió el calor, algo extraño en esas latitudes prepirenaicas.
Lerín hablaba con una mujer en la sala de espera de la estación de autobuses. Después de un abrazo, me llevó hasta el Gran Hotel, en donde me hospedaría esos días. Una vez en la calle, nos dirigimos a las casetas de la Feria del Libro y paseamos por los distintos puestos, en donde me presentó a una de las 30 niñas, libro mítico de mujeres míticas de la mitología leriniana. Raquel Bescós, “Palco, lo llamo yo”, me dijo ella. “Réichel, para los más íntimos”, me dijo él. Me presentó también a otros escritores y bibliófilos, como José Luis Melero, que cuenta con unos 30.000 volúmenes en su casa.

Nos aproximamos a la catedral, y le leí (no ve bien después de la operación de cataratas) la esquela que estaba expuesta en la rejería de la entrada al templo. Leí el nombre, pero él no conocía al finado. Debemos entender que Lerín empezó a leer con su abuelo en las esquelas de La Vanguardia en su infancia, y analizaban los apellidos y los pueblos de las personas fallecidas.

De ahí pasamos al lateral del edificio, explicándome el motivo de la bandera blanca en la cúpula, “la ausencia de la peste en la ciudad”, práctica que había venido haciéndose desde tiempo inmemorial. “Si miras desde aquí, este lateral parece una escultura de Richard Serra”. Una asociación sorprendente que jamás se me hubiese ocurrido, y en verdad, cuando volví a contemplar el edificio, se me presentó como una construcción oxidada. El arte de la transmutación, algo a lo que Lerín nos tiene acostumbrados en su obra. Por dentro se corroboraba su apreciación: del oscuro interior románico parecía surgir una estructura estrecha que desembocaba, como las esculturas de Serra, en una vocación externa, en busca de una salida, o de una luz. En la capilla en penumbra de Santa Orosia, patrona de Jaca, contrajeron matrimonio Lerín y Conchi Jiménez.

Pasamos ante el Casino, del que tanto se ha hablado en su vida, debido a aquella pasión de juventud abandonada del juego, y de la que ya nada queda, si no es aquel excelente poema “Casino en provincias”, en donde narra su encuentro con la ciudad.

(Evitamos algún local por diferencias con el dueño). También nos adentramos en la pastelería Echeto, llena de tarros y botes de farmacia, y nos atendió su dueña, tercera generación de chocolateros jacetanos de vieja estirpe. Y nos sentamos a tomar algo en Casa Fau, el restaurante de los soportales, contiguo a Echeto, donde el circunspecto Lerín sonríe con sus amigos. “La mesa de los mil años”, me dice Conchi que llaman a esa mesa en donde se sientan los más expertos del lugar.

El casco antiguo de Jaca es una trama lógica de edificios señoriales propios de una burguesía fuerte, de carácter conservador, solo roto por la propia naturaleza de la peña Oroel y por la enorme pista de patinaje que se encuentra en la parte baja de la ciudad, que aparece como un enorme monumento al invierno. No en vano fue Jaca la primera capital del reino de Aragón.

La Ciudadela preside el lugar, apartada, nos hace descender a otro siglo. La luz de la mañana entrando por las contraventanas crea un manifiesto armónico.

El Oroel, por su parte, flanquea el costado sur de Jaca. La peña Oroel (1769 msnm) no es solo una montaña de las estribaciones prepirenaicas de la Jacetania, es uno de los motivos por los que Ferrer Lerín fijó su residencia allí. La observación de las aves carroñeras desde su propio domicilio supone una de las actividades que sigue realizando el poeta desde su terraza, a pesar de que los cedros frente a ella ya le impiden gran parte de la vista.

No pude visitar el museo del Románico por falta de tiempo, eso lo dejo para la próxima ocasión.

Cuando visité su casa me recibió la inigualable Conchi, su esposa, que me enseñó la casa y nos había preparado la comida, de lo cual colijo que a Lerín le gusta lo cremoso. La primera noche cenó una porción de foie-gras. La segunda noche cenaría burrata.

Guarda Lerín un pequeño altar en su terraza para las aves. La casa está junto al convento de las Benedictinas, y ambos recordaban los juegos de las hermanas del patio contiguo a la vivienda. Ya se han marchado del convento y unos promotores quieren convertir ese espacio en un hostal o en habitaciones individuales para el turismo, como casi todo en estos momentos. Mientras hablamos vienen algunas aves a picotear los restos de comida que el poeta les había servido en una especie de pre-carroñada. Alguna urraca adivino a distinguir, Pica Pica, de donde, me estuvo diciendo Lerín, procede el apellido Picazo, el del director de cine cazorleño, y el del hombre del tiempo, así como el del pintor Picasso. El apellido del malagueño, me contaba, tuvo un periodo de italianización, porque la familia residió allí algún tiempo antes de que Picasso naciera.

No tuve la oportunidad de asistir a una de sus famosas carroñadas. Lerín es el maestro de ceremonias de tal acto, en una especie de comunión entre la fauna y el hombre. La conjunción entre lo salvaje y lo humano, pero bien medido por el maestro. He visto algún vídeo de carroñadas lerinianas, y algunas personas se asustan ante la presencia de aves de más de dos metros de envergadura que descienden veloces a alimentarse de la carroña, pero la escena carece de violencia por completo, es limpia, funcional. Se unen dos especies. El cielo y la tierra, el hambre se sacia.

Pasamos al despacho de la casa, desde donde se pergeñan los textos, el sanctasanctórum de la creación leriniana y en donde se escondían otros textos que aún no han sido revelados y que no tardarán en aparecer. Las famosas carpetas redactadas en su juventud. Las paredes atestadas de libros, así como una habitación contigua también repleta, y el salón, en donde hay más libros apilados ordenados en mesas. Llegué a distinguir libros de arte y la obra completa de su viejo amigo Leopoldo María Panero.

Siempre hablamos más de la naturaleza que de arte o literatura. Hablamos del Diccionario de la Lengua española, de sus fallos, o, por ejemplo, de quién estuvo sentado en mi lugar de la mesa, el escritor Eduardo Mendoza, unos meses antes, o de que allí, en su casa, estuvieron pasando los veranos su amigo el escritor José Luis Sampedro y su esposa, Olga Lucas.

"También estuvimos hablando estos días de Jaca del libro, Memoria de los sueños, un volumen en el que ambos hemos sido coordinadores"Estuvimos hablando de Apud, el libro que nos traíamos entre manos, un volumen pequeño pero muy sustancioso, con cinco escritores que reflexionan sobre su obra lírica y artística: el propio Ferrer Lerín, Juan Buil, Molina Damiani, Carmen Aguayo y yo mismo, como coordinador. Volumen surgido de una serie de conferencias que se dieron tras la exposición de Arte Casual en Jaén en 2024, comisariada por la docente de la Universidad de Málaga, Carmen Aguayo.

El AC es un término controvertido puesto que Lerín definió el acto que descubre el Arte agazapado a la mirada principal del público, cuya única manera de comunicarlo es el soporte fotográfico. Sin embargo, es un arte que no existe en los museos o en las exposiciones al uso, por tanto toda exposición es una celebración de lo transitorio.

El volumen habla de las influencias del AC en la obra lírica de Ferrer Lerín, un volumen al cuidado del editor Raúl Herrero en Libros del Innombrable. Este libro surgió tras las ponencias que tuvieron lugar en la Exposición de Ferrer Lerín: Artista total, en un intento por dar a conocer su obra más oculta, no solo la lírica y la narrativa, sino también las manifestaciones de AC, las viñetas o las Acciones, de las que se dan cumplida cuenta en este volumen.

“Sin duda: hay que interpretar. Y partiendo de dos bases: la obra de Ferrer Lerín siempre estuvo de parte del irracionalismo, es hija natural de las vanguardias que lo son estéticas, políticas y científicas, esto es: de película soñada pero con guion moderno; y segunda, el hermetismo de su obra no ha favorecido la comprensión de la moralidad social de su estética. Hija del azar, pero apenas subjetiva […]” Molina Damiani, (p. 36).

O más adelante, afirma Carmen Aguayo, comparando el AC con ciertas preocupaciones estéticas del artista Brasaï: “[…] Resulta imprescindible el trabajo sobre los grafitis de París que Brassaï inicia en la década de los treinta y que se prolonga hasta los años cincuenta del siglo pasado, […] que tienen su correlato en algunas de las manifestaciones del AC, como las Inscripciones en un muro de un patio escolar en Jaca”.

También estuvimos hablando estos días en Jaca del libro Memoria de los sueños, un volumen en el que ambos hemos sido coordinadores. El trabajo trata uno de los aspectos menos divulgados de su obra: su fortuna crítica, es decir, todo lo que se ha escrito sobre él durante más de sesenta años de carrera literaria y, en la cual participan los más variados escritores, críticos y académicos de la lengua: Félix de Azúa, Pere Gimferrer, Carme Riera, los investigadores J. L. Falcó, Alfredo Saldaña, Túa Blesa, Antonio Viñuales, o los críticos Ignacio Echevarría o Juan Manuel Molina Damiani; periodistas como Nuria Azancot, Antón Castro o el biógrafo Javier Ozón, o J. Benito Fernández, entre otros.

La intención primera era publicar todo el material bibliográfico que yo había manejado para la redacción de mi tesis doctoral convertida en ensayo, La condición radical, publicada también en la zaragozana Libros del Innombrable, donde ya se muestran todas las referencias bibliográficas de dicha fortuna crítica.

Sin embargo, esa intención primera se vio reducida por los editores, con buen tino, puesto que reunir toda la literatura crítica —además de tener ciertos problemas bibliográficos y enlaces digitales caídos— hubiese superado las mil páginas con creces, y decidimos reducir todo ese material a lo más selecto para que se iniciase un diálogo entre las diferentes perspectivas y se superasen los viejos predicamentos que lo asemejan siempre al rara avis, al heterodoxo, al tahúr, etc.

Este volumen de Memoria de los sueños cuenta además con un código QR que da acceso a todo el material bibliográfico leriniano que no se pudo imprimir, y pone en la pista al investigador futuro. El título paga además homenaje al profesor José Luis Falcó, que tanto me ayudó en La condición radical y cuyo texto sobre Mansa chatarra contenía el sintagma que da título al libro.
Afirma Javier Ozón de nuestro hombre:

“La vida y obra de este hombre orquesta, leyenda viva de la literatura española, merecen por su singularidad un libro aparte: autor minoritario —pero de enorme fortuna entre los happy few que han leído sus libros— su persona ha ejercido un incuestionable influjo en la poesía española de los últimos cincuenta años, hecho que manifiestan tanto el respeto de sus más conspicuos compañeros de profesión —Félix de Azúa, Pere Gimferrer, Leopoldo María Panero, (la cursiva es mía)— como el eco que sus libros han merecido en la prensa escrita. El País, La Vanguardia, El Periódico, Diario de Barcelona, El Mundo y ABC han reseñado su obra, que también ha aparecido en revistas como Destino, Estaciones, Rocamador, Informaciones, Taifa, Papeles de Son Armadans, Estafeta Literaria, Histonium, Poesía Española, Caracola, El Ciervo, Lateral, Clarín, Cuadernos Hispanoamericanos, El Fingidor, Barcarola, Caminos de Pakistán, Qué Leer,[…]”. (P. 217).

El volumen, aparecido en la editorial valenciana Contrabando a cargo de Manuel Turégano, recoge entonces unas cuatrocientas cincuenta páginas de crítica y de entrevistas aparecidas en diferentes medios como El Cultural, Ínsula, Publisher´s Weekly, Heraldo de Aragón o en libros de carácter antológico.
“La que aquí se presenta aislada, segregada con toda intención de las restantes, es —importa subrayarlo— una sola de las facetas de Ferrer Lerín, concretamente la de narrador. Una decisión sin duda tendenciosa, que ha de suscitar, entre conocedores y aficionados, justificados reparos. Pues la escritura de Ferrer Lerín, a menudo descrita como «fronteriza», obvia las distinciones genéricas, transita sin escrúpulos del verso libre a la prosa, del informe o del documento a lo ficticio u onírico, de lo apócrifo o impersonal a lo autobiográfico, de la apropiación literal de textos ajenos a la invención más desatada, por lo que se resiste como pocas a dejar que se le adhiera ninguna etiqueta, por imprecisa que esta sea.” Esto afirma Ignacio Echevarría de la narrativa de Ferrer Lerín en el epílogo a Besos humanos (p. 226).

De manera similar a como hace Lerín con la fauna, debía yo conocer el entorno, la familia, la casa, los amigos, como el amigo y ginecólogo Agustín Castejón Lacasa, “me sigue tratando”, afirma chistoso, partenaire perfecto de Lerín, alter ego de conversación ágil y mordaz, algo “somarda”, como dicen en estas latitudes, esa ironía norteña que en el sur definimos como socarronería. O aquel otro amigo, Mendo, “Méndix para los amigos”, que lleva la economía leriniana.

Conocí también en estos días a la científica María Josefa Izuel, natural de Jaca, catedrática de la Universidad Autónoma de Barcelona, especializada en la teoría de la difracción. Nos dijo tras el acto de clausura que le había encantado la lectura de los poemas y la conversación a tres.

Jaca es el territorio en donde vive Lerín, ya sabemos: la orientación, la cadena trófica, los mecanismos de socialización… Allí están los motivos, los gustos culinarios, pero también la parte humana que sostiene la máscara del personaje, alguien que nos mira y hace que nos cuestionemos qué sabemos de él o de la literatura, porque el enigma Lerín sigue activo y sus apariciones no cesan. Deben estar pendientes para no perderse el espectáculo esencial de la vida en lo literario.

Joaquín Fabrellas - Zenda






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