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DONAR-SE D’ALTA
Marc  Caellas Camprubí


Has leído y has escrito. Más lees que escribes, como es natural; lees mejor que escribes. Has viajado. Preferirías que tus libros viajaran más que tú. Has trabajado, trabajas. Careces de bienes materiales.
Un tiempo quisiste ser economista y no te quedaste en querer serlo, estudiaste mucho, aunque nunca lo suficiente. Una vez tuviste una beca que te dio la Unión Europea, y pudiste vivir un año en Londres.
Querías hacer películas. Dirigiste un cortometraje. Pero, en general, no eres más que un espectador de cine, y ahora de series de televisión. Bueno, la actriz que protagonizó el corto ganó un premio. Una vez tuviste una beca que te dio el Gobierno catalán, y pudiste vivir un año en Sao Paulo. Una vez tuviste una beca que te dio el Gobierno español, y pudiste vivir un año en Miami. Un tiempo trabajaste en el sector turístico (por ejemplo, la feria del golf de Orlando, vendiendo España como destino turístico para gringos que juegan al golf). Un tiempo anduviste por varias embajadas promoviendo la cultura española en el exterior. Después quisiste ser director de escena. Conseguiste ser director de escena. Has dirigido unas diez o doce obras que convenimos en llamar "de teatro". Has estrenado esas obras en cinco países distintos: USA, Venezuela, Colombia, Argentina y España. Has publicado cuatro libros. Eres catalán, naciste en Barcelona. Música, para ti, la de la Velvet, Joy Division, la música de los setenta. Y la cumbia. Cocinar no sabes, bucear no sabes, beber sí sabes. Auto no tienes. Prefieres la noche. Prefieres el silencio. Admiras a Antonio Di Benedetto.  Marc Caellas
Claro está que no recuerdas nada de aquella época. Resulta completamente imposible identificarse con ese bebé al que tus padres hacían fotos; resulta tan difícil que casi parece incorrecto emplear la palabra “tú” para hablar de aquello. Metido en la bañera de plástico, por ejemplo, con la piel enjabonada, las piernas y las manos abiertas y mirándote el diminuto pene, o mordiéndote el dedo índice y mirando con los ojos caídos hacia el suelo en la montaña de Montjuïc. ¿Esa criatura es la misma que la que está aquí sentada, en el Raval, escribiendo esto? ¿Y esa criatura sentada en el Raval escribiendo esto con cuarenta y tres años, un día soleado de junio, en una habitación llena del murmullo del barrio de fuera y el sol veraniego que se cuela por las frágiles ventanas, será la misma que ese viejo gris y jorobado que dentro de cuarenta años tal vez esté sentado temblando y babeando en un geriátrico en algún lugar de Barcelona? Por no hablar de tu cuerpo que un día estará tendido sobre una mesa en el depósito de cadáveres. Se seguirá hablando de ese cuerpo como “Marc Caellas”. ¿No es, en realidad, increíble que un solo nombre contenga todo esto? ¿Que contenga el feto en el vientre, el bebé en el cambiador, el cuarentón detrás del ordenador, el anciano en el sillón, el cadáver sobre la mesa? ¿No es más natural operar con distintos nombres, ya que la identidad y el concepto de ti mismo varían tantísimo? Algo así como que el feto se llame Marc Antoni, por ejemplo, el bebé Marc Enric, el niño entre los cinco y los diez años Marc Esteve, el de entre diez y doce Marc Oriol, el de entre diecisiete y veintitrés Marc Ugo, el de entre treinta y dos y cuarenta y seis Marc André, etcétera, etcétera. Entonces el primer nombre representa la continuidad, el segundo lo propio de la edad y el apellido la pertenencia familiar. Palabra de Karl Ove Knausgard.



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