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Javier Argüello: “Hemos reducido lo real a lo matematizable”
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Javier Argüello: “Hemos reducido lo real a lo matematizable”
  1/7/2025



E l escritor argentino Javier Argüello asegura que nuestra reducción moderna de la realidad a lo medible, a lo que sólo puede probarse, es una idea contraria a nuestra experiencia humana del mundo. “Nada ocurre dos veces de la misma manera, pero hemos decidido que sólo cuenta lo que ocurre siempre igual, y hemos decidido bautizar a eso con el nombre de realidad”, explica. Hace unos meses publicó su nuevo libro, ‘El día que inventamos la realidad’ (Editorial Debate). “El único conocimiento válido hoy es aquel que cumple con las reglas del método científico, porque es el único demostrable. La ciencia es sólo una herramienta. La ciencia es un martillo, muy útil si lo que tengo que hacer es clavar un clavo, pero al que no le voy a pedir que me responda las grandes preguntas de la existencia”, señala en esta entrevista.

Desde hace unos pocos siglos, concretamente a partir de las ideas dualistas de René Descartes, nos venimos contando que nuestra realidad moderna es objetiva, que sólo existe aquello que se puede medir, mesurar, probar y experimentar con los sentidos, un mundo dominado por la razón, los postulados de la ciencia y las teorías matemáticas. Este reduccionismo materialista ha mermado nuestras posibilidades de acceso a las verdades de un cosmos que, lo mires por donde lo mires, no deja de ser un misterio…

La reducción de lo real a lo medible, a lo matematizable, a lo que se mantiene siempre igual más allá de quién se siente a mirarlo, resulta contraria a nuestra experiencia. Ya lo decía Heráclito: nunca nos bañaremos dos veces en el mismo río porque, aunque el río fuera el mismo, cosa que nunca ocurrirá, nosotros ya seríamos otros, por lo que la experiencia sería siempre nueva. En un mundo en el que nada, absolutamente nada ocurre dos veces de la misma manera (no hay dos copos de nieve que sean iguales, no hay dos notas musicales que duren lo mismo, nos hay dos experiencias humanas intercambiables), hemos decidido que sólo cuenta lo que ocurre siempre igual. Y hemos decidido bautizar a eso, a lo que literalmente nunca ocurre en el mundo, con el nombre de realidad.

La ciencia sola no puede explicar las grandes cuestiones de la existencia, como el amor, la muerte…
Y, sin embargo, hemos decidido que el único conocimiento válido es aquel que cumple con las reglas del método científico porque es el único demostrable. Una vez, en un coloquio le pregunté al auditorio si alguien conocía algún método para determinar qué era lo real. Entre los asistentes había una jueza que no dudó en responder que lo real era lo comprobable. ¿Y lo que no se puede comprobar?, le dije. No debería importarnos, me dijo ella. ¿Usted tiene hijos?, le pregunté. Tengo tres, me dijo. Y supongo que los quiere, repliqué. Muchísimo, aseguró ella. Compruébemelo, le pedí.

Al principio, en nuestra literatura fundacional, en los poemas de Homero o en las tragedias de Sófocles, Esquilo y Eurípides, la verdad no importaba tanto como luego con el nacimiento de la Historia, sino que lo que contaba para el ser humano era encontrar en esos relatos míticos primordiales, en esas ficciones poéticas tan bellas, aspectos de la vida y del alma humana en los que sentirse reflejado. ¿Cómo nos pueden ayudar los mitos y sus símbolos en nuestra vida moderna?
Como lo siguen haciendo cada vez que no exponemos a ellos en un libro o en una película. Piensa en lo que significa ir al cine. Nos encerramos junto a un montón de gente que no conocemos en una sala oscura, invirtiendo más concentración ininterrumpida en la pantalla que la que dedicamos a nuestro trabajo o a nuestra familia y pagando dinero por experimentar emociones que normalmente en la vida trataríamos de evitar. ¿Por qué hacemos eso? ¿Qué buscamos ahí? La respuesta es “sentido”. Las ficciones y sus símbolos dotan a nuestra vida de sentido. Un razonamiento no puede construir sentido. Para eso necesitamos las historias.

Escribes que la realidad en la que hoy vivimos es una ilusión, como sostiene el hinduismo, y que lo verdaderamente importante se esconde tras ese mundo que llamamos real. ¿Cómo podemos los seres humanos acceder a ese otro lado, cómo podemos entrar en contacto con el Mundo Otro, con el reverso de la naturaleza sensible de las formas?
A través de las ficciones que construimos para explicárnoslo. El poder de las ficciones es que son capaces de contemplar nuestras visiones conscientes, pero también las otras, las visiones latentes que poseemos de ese mundo anterior al mundo al que nunca seremos capaces de acceder de manera directa, pero que podemos intuir porque formamos parte de él. Una ficción sabe que su contenido no es verdadero y por eso busca la verdad en la belleza de la forma. Es en la forma, en la armonía de la forma, donde podemos intuir la forma secreta del mundo.

Siempre se ha dicho que los países de Oriente nunca han abandonado el mito como la forma más fiable de entrar en contacto con lo real y lo mistérico, que no han puesto toda su fe en el pensamiento racional para descifrar las grandes verdades de la vida. ¿Eso sigue siendo así, ahora que la globalización y el capitalismo han llegado a casi todos los rincones del planeta?
Es difícil afirmar o negar algo como esto de manera categórica, porque el mundo es muy ancho y Oriente también, y hay muchas realidades incluidas en ese nombre. Pero sí te puedo decir que aún existen lugares en los que la razón y la ciencia no es el instrumento elegido para acceder a las grandes verdades de la vida. Y no es que no hayan desarrollado una ciencia con igual grado de rigor que la nuestra, sino que no le piden a ella que responda a las cuestiones esenciales. La ciencia es sólo una herramienta. La ciencia es un martillo, muy útil si lo que tengo que hacer es clavar un clavo, pero al que no le voy a pedir que me responda a las grandes preguntas de la existencia.

Para la física cuántica la percepción del sujeto es fundamental. Nosotros creamos la realidad cada vez que la miramos, cada vez que participamos de ella, colapsando la energía en materia. Las partículas subatómicas tienen sus propias leyes que nada tienen que ver con las que conocemos a una escala mayor. Cuando no la miramos, ¿la realidad en verdad no existe?
En la escala de lo subatómico, la teoría cuántica demuestra que no podemos determinar la situación de una partícula antes de que se lleve a cabo la medición. Y no porque no tengamos suficientes datos, sino porque al parecer a esa escala la naturaleza del universo no es determinista. Lo único que podemos hacer cuando queremos analizar la evolución de un sistema cuántico es describirlo en términos probabilísticos. Preguntas tan básicas para la física tradicional como dónde se encuentra una partícula, en qué dirección o a qué velocidad está viajando y por lo tanto en dónde se encontrará un segundo después, en física cuántica no se pueden responder. En ese sentido, es lícito afirmar que, a nivel subatómico, la existencia de una realidad objetiva no resulta defendible.

Por eso decía el físico danés Niels Bohr que si la mecánica cuántica no te impacta profundamente, entonces no la has entendido…
Se refería a que sus postulados son tan extraños, tan anti intuitivos para nuestra actual visión del mundo, que efectivamente, si no te producen una gran inquietud, es porque probablemente no los has comprendido.

Cada noche, al irnos a dormir, accedemos a unos mundos desde otros estados de nuestra consciencia. La consciencia es el gran enigma. Hay científicos que creen que surge de la materia que constituye nuestro cerebro. Sin embargo, hay quien defiende que todo es conciencia infinita y que está en nosotros y alrededor de nosotros. ¿Cómo la definirías?
El modo en que hemos decidido acceder a la realidad para explicárnosla es a través de su aspecto físico. Y la mejor prueba de que esto es así es el nombre que hemos escogido para la disciplina que estudia el universo: la física. Todo lo que existe ha de tener existencia física, ha de ser posible de ser expresado en términos de puntos de masa en el espacio y en el tiempo. Lo que no cumple con esos requisitos no se considera válido o atendible. De hecho, las más de las veces no es considerado ni siquiera real. En ese sentido, cuando queremos aproximarnos a lo que puede ser la conciencia, lo hacemos desde este mismo criterio: la buscamos en los posibles soportes materiales que la pueden contener, como lo campos eléctricos que rodean a las neuronas. Yo no creo que sea allí donde habita. Creo que se trata más bien de algo que nos excede. No de algo que poseemos, sino de algo a lo que accedemos. Pero lo cierto es que la conciencia es el gran misterio y nadie sabe lo que es.

Hay toda una amplia bibliografía mundial de personas que han vivido experiencias cercanas a la muerte, lo que cuestiona y pone en jaque los principios de la ciencia newtoniana tradicional. Si somos energía, y esta ni se crea ni se destruye, sólo se transforma…, ¿qué crees que pasa con nosotros cuando llega la muerte?
Lo que yo crea no resulta importante. Lo que debe llamar nuestra atención es que no contamos con herramientas que nos permitan pensar en ello como algo que excede lo medible y lo material. ¿Cómo salí de la nada al ser un día? ¿Qué significa poder decir yo soy y poder pensarme existiendo? ¿Qué pasará el día que vuelva a fundirme con esa nada primigenia que alguna vez me creó? Desde nuestra concepción de mundo, este tipo de preguntas han corrido dos suertes: o han intentado ser respondidas desde unas fórmulas físico-químicas a todas luces insuficientes o directamente han sido ignoradas como no pertinentes. Lo cierto es que nos son muy pertinentes. De hecho, son la base de la condición humana. Y no contamos con herramientas para abordarlas.

¿Cómo recuperamos el asombro, la magia de seguir estando vivos?
Permitiéndonos vivir cada experiencia como si fuera nueva. Eso no quiere decir que ignoremos la información previa, quiere decir hacernos conscientes de que esa información procede del pasado, de experiencias ocurridas en el pasado, y que no nos va a servir necesariamente para las que vienen. Una de las características de nuestra actual concepción de mundo es la ilusión de que se puede dar con las reglas que explican el funcionamiento del mundo y que, una vez descifradas, nos ahorrarían el esfuerzo de tener que comprenderlo cada vez que nos asomemos a él. Esa es la razón de que creamos que un sistema matemático como una inteligencia artificial puede abarcarlo. Hemos reducido el mundo a las representaciones matemáticas del mundo. Y en matemática no existe la aleatoriedad que gobierna la existencia. Los matemáticos, de hecho, hablan de pseudo-aleatoriedad, porque saben que la matemática no puede representar la aleatoriedad verdadera que sólo está presente en la naturaleza. Salgamos de las representaciones matemáticas del mundo y volvamos a relacionarnos con el mundo. Allí es donde encontraremos el asombro y la sorpresa.





Luis Reguero elasombrario




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