Viernes, 29 de marzo de  2024



Català  


El filósofo, editor, ingeniero y empresario catalán Salvador Pániker falleció la noche del pasado sábado a los 90 años.
acec3/4/2017



(Foto:Yolanda Cardo)
 
En un mensaje a sus allegados, su hijo, Agustí Pániker, ha comunicado la muerte de su padre que, según ha dicho: "Se fue tranquilo, en su casa y sin sufrimiento", y ha convocado una ceremonia de despedida el próximo lunes a las 20 horas en el monasterio de Pedralbes de Barcelona.

Salvador Pániker perteneció a esa generación de sabios que reivindicó el papel de la filosofía entre una generación preocupada por la inmediatez y lo superfluo, todo ello mientras tendía puentes entre Oriente y Occidente. La editorial Kairós fue el proyecto de su vida, sello bajo el cual publicó más de 800 títulos, y también lo fue el derecho a una muerte digna, causa por la que luchó durante dos décadas como Presidente de la Asociación Derecho a Morir Dignamente de España (ADMD). Asimismo fue Vicepresidente de la Asociación Colegial de Escritores de Catalunya entre 1986 y 1994. 

A través de la editorial, Pániker concilió todos los mundos a los que pertenecía: el de su madre, española, y el de su padre, indio, así como el de las letras y las ciencias, pues también se licenció en ingeniería. Así, con Kairós se propuso "ensanchar el panorama cultural" y "profundizar" en la tradición hindú, que en Occidente queda reducida a "orientalismo de bisutería" demasiado a menudo, opinaba.

"En España se confunde el legado con folclore y una gimnasia que llaman yoga", denunciaba en una entrevista con EFE. La idea de impulsar tal proyecto fue de Núria Pompeia, "la gran mujer con la que estaba casado", según la definía, y que falleció el pasado diciembre a los 85 años. En un principio, Salvador propuso a su hermano Raimundo impulsar el proyecto a medias, con un pie en Benarés, donde él vivía, y otro en Barcelona. Pero ante la negativa de éste, se lanzó solo en esa empresa con "una vocación universal, más de fundación que de negocio", rememoraba. Pániker opinaba que Occidente debía tomar ejemplo de la India y adoptar un "punto de vista menos histérico" sobre la muerte, y esa forma de pensar también hizo que se propusiera llevar la eutanasia al debate público, para tratar de que los sucesivos gobiernos dejaran de "soslayar" el tema y legislaran en favor de la libertad de los enfermos terminales a elegir cuándo y cómo morir. Y es que, en su opinión, los occidentales aún tenían tareas pendientes como rebajar "la obsesión por el ego" para superar "la devastación de la vejez"

Consideraba que la India debía avanzar en cuanto a "modernidad", entendida como "derechos humanos, de la mujer, democracia, ciencia". Durante su vida publicó a grandes autores con los que, en muchos casos, trabó amistad, como Ken Wilber, Edgar Morin, Mircea Eliade, Alan Watts, Arthur Koestler o Jiddu Krishnamurti. Por eso consideraba a Kairós "su segunda universidad", más allá de "la filosofía ridícula, alejada del mundo real" que se impartía bajo "el régimen de clausura que reinaba en el franquismo", y que limitaba el espectro de autores estudiados a Santo Tomás. Con el paso del tiempo, no obstante, Pániker lamentaba la pérdida de la voz de los filósofos en el ágora pública. Lo recriminaba tanto a políticos como a la sociedad en general. ''Los han sustituido por neurocientíficos", en los que se deposita ahora una gran confianza, aún más que en "sociólogos y científicos relacionados con el ser humano antropológicamente". Sin filósofos, y "con esa predilección por lo tecnológico de materialismo pragmático", la sociedad queda huérfana y "creamos robots amnésicos, no seres humanos completos", por lo que "desearía una recuperación de la sabiduría filosófica", aunque "los filósofos no dan siempre en el clavo", matizaba.

Su opinión era que, ante una "globalización imparable", la mejor opción era apostar por "soberanías compartidas", es decir, por una Europa unida y descartar a los nacionalismos. Como filósofo, Pániker se definía como "agnóstico místico", más allá de "las religiones institucionales" pero "con el sentido de la trascendencia", que encontraba de forma especial a través del arte. Rechazaba, en cambio, la etiqueta de "filósofo vitalista" y justificaba con sencillez que no era "como tantos otros intelectuales que pasan el día quejándose", aunque comprende "que la vida puede ser muy desagradable".


   
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