Hay, en todo el poemario, una omnipresencia de besos, metáfora del amor carnal, que solo nos lleva allí de donde nunca nos fuimos: a ese otro ideal, más grande y más puro que el sexo, ese ideal que perseguía con todas sus fuerzas don Luis de Vargas en Pepita Jiménez antes de enamorarse perdidamente de ella. Algo más grande que nosotros: el arte.