Anagrama recupera los textos sobre la contracultura catalana que Pau Malvido publicó en la revista ‘Star’
El 01 de mayo de 1976, «Motorizados por las aceras, rodeando con círculos de gases y balas de goma los puntos de la convocatoria [de la manifestación], aquel día los «grises» –en su versión de «botas-pañuelo-y-casco-armados-hasta-los-dientes»- reconquistaron el poder en las calles de Barcelona». Se refiere Paul Malvido (seudónimo de Pau Maragall Mira (1948-1994)) al enfrentamiento que tuvo lugar en la capital catalana en favor de la amnistía. Ese día se produjo la culminación de dos importantes protestas anteriores que se dieron los días 1 y 8 de febrero de ese mismo año (se ha de recordar que el dictador, Francisco Franco, había muerto el 20 de noviembre de 1975).
Ambas manifestaciones (las de febrero) fueron impulsadas por la Assemblea de Catalunya, pero convocadas formalmente por la Federació d´Associacions de Veïns de Barcelona (FAVB) y, en ambos casos, Salvador Sánchez Terán, por entonces gobernador, las había prohibido; pero se celebraron igualmente.
La manifestación del día 1 de mayo, sin embargo, fue diferente y muy significativa, ya que no llegó a realizarse según lo previsto, puesto que las cargas policiales comenzaron antes de que la movilización se pusiera en marcha, por lo que, a pesar de que el grueso de manifestantes siguiera en la calle, la manifestación se convirtió en un correr arriba y abajo sin ton ni son (la idea original era que la manifestación arrancara en el actual paseo Lluís Companys para acabar en plaza Catalunya).
Así, Pau Malvido, fija en ese día, el 1 de mayo de 1976, el comienzo de la desmovilización y el así conocido como «desencanto», ya que, sin saberlo, miles de ingenuos manifestantes que andaban por la calle aquel día «no sabían que los partidos mayoritarios en la Assemblea de Catalunya y en la «Platajunta» [organismo unitario de oposición al régimen dictatorial creado en marzo de 1976] habían acordado ya la desmovilización y los pactos para la reforma»; vaya, que les habían engañado. A resueltas de ello, perdidos en una manifestación sin orden ni concierto y con miles de policías en la calle con ganas de gresca, los jóvenes alborotadores en favor de la libertad y la amnistía corrieron ese día por las calles del Eixample barcelonés recibiendo hostias como panes.
Genealogía del jipismo
Del mentado desencanto surge la serie de artículos Nosotros los malditos (título propuesto por J.J. Fernández, por aquel entonces director de la revista Star) que publicaría el autodefinido poeta maldito Pau Malvido en dicha revista, donde se trata de dar voz a esa historia paralela de la contracultura y el underground barcelonés previa al desencanto inicial de la Transición. Para ello, Malvido tira de memoria propia y ajena, para tratar de dar voz a esos «usos y costumbres» de la juventud de finales de los sesenta que, para 1977, año de publicación de los textos, seguía sin nadie que contara su historia.
Divididos en cinco partes, la serie de textos de Malvido (nieto del poeta Joan Maragall y hermano del político Pasqual Maragall) testimonian la visión del hipismo barcelonés desde la óptica de aquel quien formó parte de las primeras tribus barcelonesas de hippies y freaks. Todo comienza en torno a los 1962-1964 cuando el régimen de Franco, al pretender modernizarse un poco, abre un espacio de mínima libertad y permite que los ye-yés comiencen a poder reunirse en masa por primera vez. En el Novedades, por ejemplo, o en los festivales esporádicos que se hacían en el Price.
En torno al año 67 se puede ya cifrar un movimiento hippie establecido en Barcelona (aunque todavía incipiente y pequeño), conformado por una heterodoxa legión de jóvenes de barrio herederos de los viejos rockeros, jóvenes universitarios izquierdistas desengañados de la lucha estudiantil, porreros del barrio chino, hippies extranjeros, negros rambleros y algún snob asiduo a la discoteca Boccacio, aunque seguían siendo círculos cerrados, para iniciados o gente que estuviera mínimamente metida en el asunto. La consigna de todos ellos, eso sí, era: «al vacile y al rollo».
De los que participaron en esa primera hornada de hippies, y que se reunía en torno al Jazz Colón (en la Plaza Real) había dos orígenes: aquellos que «nos hicimos «malos» procediendo de familias un poco más ricas y biempensantes», nos cuenta Malvido, y quienes se vieron forzados a endurecerse aceleradamente, «dándole muchas vueltas al «coco»», y la gente que procedía de ambientes proletarios o delictivos, quienes ya venían hechos a la vida dura. Respecto a estos hippies nacionales, no obstante, cuenta Malvido que eran muy diferentes a los yanquis, y así ningún «barcelonés alcanzó la beatitud casi tonta de algunos de los hippies extranjeros que veíamos por aquí». La dureza social, económica y política que se había sufrido en España obligó a que el abandono de los hippies catalanes a los placeres, la sencillez, la fraternidad, la no-obligación de hacer cosas importantes o de provecho, el ocio y el arte fuese relativo. «Lo intentamos y en buena parte lo conseguimos -cuenta Malvido-, pero acompañándolo siempre de cierta dosis de mala leche, de enfrentamiento contra todo lo que nos rodeaba».
Se puede decir así que hubo una primera época del 67 al 72, más o menos, la época de las minorías, del hippismo vacilón y clandestino. Y una segunda época, que comienza en torno a 1973. El cambio se origina cuando abre Les Enfants Terribles, en 1969, un local que acogería a esa primera hornada procedente del Jazz Colón y se abriría a nuevas promociones. Se pasa de fumar grifa al chocolate y aparece el LSD. En el 70 comienza a llegar mucha gente al movimiento y aparecen los padrinos espirituales, particularmente Luis Racionero, recién llegado de California, y el filósofo ampurdanés Damià Escudé, así como varias agrupaciones, entre ellas la conocida como «Cofradía del Vino» (grupo de intelectuales aficionados al LSD) o el «Tercer Frente de Liberación Universal».
En 1971 se celebra el festival permanente del Salón Iris y el primer gran festival al aire libre: El Festival de Granollers. Los catalanes comienzan a irse a Formentera, a la Mola, donde se agrupaba para alquilar casas. Y arquitectos y médicos se unen a la troupe de aficionados al LSD (que era importante en un primer momento tomar en grupo y hacerlo en contacto con la naturaleza).
Es en 1972 cuando la cosa ya definitivamente comienza a cambiar. Ese año Jaume Sisa organiza en el Iris el espectáculo «Darling Sisa», en lo que se siente ya como un canto de cisne y comienza a circular libremente el alcohol (dejando atrás el puritanismo inicial hippie al respecto). Nos dice Malvido que «los trips y sus temas comenzaban a repetirse y parecía que toda aquella energía no encontraba salida al exterior».
Esta segunda generación de hippies se diferenciaba de la primera en que, si aquella había pasado de la política radical al hippismo, la segunda hizo el camino inverso: del hippismo más entregado a la política radical, al freak-político, al anarquista inquietante. Entramos en una época más represiva, teniendo que vérselas los hippies con la acción de la famosa «Brigadilla» de la Guardia Civil (ocupada de quienes se dedican al menudeo y al consumo de sustancias estupefacientes) y los estragos de la Ley de Peligrosidad Social, que no se basaba en delitos probados sino en conductas, amén de sufrir las consecuencias de la crisis económica derivada de la subida del precio del petróleo. Sobre ellos, nos dice Malvido que «no tuvieron ni el tiempo ni la tolerancia ni la conducta clandestina que habrían necesitado para ser hippies».
A esa segunda generación de hippies se le unió un curioso tercer grupo formado por «gente ya de veinticinco o años o más que recuperaba su tiempo perdido». Un grupo que acabó recalando en Menorca y cuyo paladín podría ser la cantante María del Mar Bonet.
En el año 1973 abre la discoteca Zeleste, punto de encuentro entre los nuevos hippies mayores y los viejos y los jóvenes freaks zarandeados por la vida. Y ahí acaba todo, acaba lo que Pau Malvido denomina «la gran borrachera cósmica», pues todo termina normalizándose y en la sociedad del momento ya es habitual, y está consentido, «hablar de emparejamientos libres, porros, comunidades y partidos». Se comienzan a publicar las revistas Star y Ajoblanco. Aparecen los festivales con estrellas internacionales y hay «una masa importante de peludos de todos los tipos con el denominador común de cierta actitud frente al trabajo, con muchas granas de enrollarse de manera diferente de la tradicional y absolutamente adictos a la música». Esto es: la clandestinidad se ha convertido en descaro y el hippismo ha devenido un espíritu libertario o anarquista. El underground, como suele suceder pasado un tiempo, se ha convertido en mainstream.
A resultas del buceo en su memoria y en la de otros compañeros de generación para escribir sus artículos, reflexiona Paul Malvido sobre lo sucedido en la anterior década y referida al movimiento hippy barcelonés, diciendo que «No sé si algún día el mundo será tan ancho como para que la vida sea un trip real libre. De momento la vida es un trip, aunque no muy libre. La libertad hoy por hoy se paga cara dentro y fuera de uno mismo». Quizá, pues, en fin de cuentas, no hayan cambiado tanto las cosas.