Dijous, 28 de març de 2024



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Se publica el estudio de Armand Balsebre y Rosario Fontova ''Las cartas de Elena Francis'' (Cátedra).
acec25/10/2018



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“La mujer española es un ser solitario condenado a cadena perpetua desde el nacimiento. Todo la conduce a esa jaula, muy pocas veces dorada, donde ni siquiera ella canta, donde no hay otra música que la de la radio”. La cita, de Manuel Vázquez Montalbán, simboliza la situación de la mujer española durante el franquismo. De hecho, la radio era el único medio que tenían las mujeres para evadirse de una realidad patriarcal y en ocasiones violenta o abusiva, donde no tenían reconocimiento a nivel familiar ni protagonismo a nivel social.


El programa radiofónico de mayor audiencia entre las mujeres españolas de la época era El consultorio de Elena Francis, un espacio que se emitió entre 1950 y 1984. Cada día a las siete de la tarde -primero en la Cadena Ser, luego en Radio Peninsular y finalmente en Radio Intercontinental-, el programa trataba de aleccionar y educar sentimentalmente al público a partir de la lectura y respuesta de siete cartas enviadas por las oyentes. A lo largo de los casi 34 años de emisión, fueron también siete las locutoras que prestaron su voz a la consultora sentimental más influyente de la dictadura.


Al consultorio llegaban miles de misivas de mujeres desesperadas que trataban de encontrar empatía y amparo en Doña Elena Francis, una consejera sentimental ficticia ideada por una empresa de cosméticos como motor publicitario. Pero el personaje acabó por devorar a la idea original: la influencia del programa trascendió entre las españolas hasta convertirse en un fenómeno de masas auspiciado por el nacionalcatolicismo.


Ahora, un exhaustivo trabajo de investigación vertido en el libro Las cartas de Elena Francis (Cátedra), del catedrático de Comunicación Audiovisual de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), Armand Balsebre, y de la periodista e historiadora, Rosario Fontova, analiza 4.325 cartas inéditas -la mayoría silenciadas en el programa- que las oyentes enviaron al consultorio, que se presentaba como “alivio y consuelo de mujeres atormentadas”, entre los años 1950 y 1972.


El consultorio se utilizó para perpetuar las normas de la dictadura
El descubrimiento de las cartas “se da casi por casualidad”, comenta Balsebre. En el año 2005 el ayuntamiento de Cornellà (Barcelona) embargó la antigua masía de la familia Fradera, propietaria del Instituto Francis. Los técnicos del consistorio decidieron entonces entrar en el inmueble para ver qué se guardaba en él: “Todas las habitaciones de todos los pisos, desde el suelo hasta el techo, estaban llenas de cartas (sueltas, en cajas o atadas en fajos) muchas mordidas por los roedores, infestadas de bichos o deshechas por la humedad. Fue Mari Luz Retuerta, responsable del Archivo Comarcal del Baix Llobregat, quien decidió recuperar el mayor número de misivas posible. Al final rescató unas cien mil, del más del millón de epístolas que se encontraron, llegando a digitalizar unas 10.000, que son con las que hemos trabajado” relata el catedrático.


Los autores del libro señalan a Ángela Castells, una persona vinculada a las emisiones religiosas de Radio Barcelona, como la verdadera autora del consultorio. “Existe la creencia de que fue la esposa del señor Fradera la que ideó el programa, pero en realidad fue Ángela Castells, quintacoluminsta y destacado miembro de la Sección Femenina de Falange durante la guerra civil (la F.A.I. ejecutó a su primer marido), quien creó el personaje, siendo, además, la guionista del programa durante las primeras emisiones”, aclara Balsebre. En este sentido, Rosario Fontova añade que “es evidente que el consultorio se utilizó para perpetuar las normas de la dictadura y, sobre todo, de la Iglesia Católica, que ha funcionado como una apisonadora sobre la conciencia de muchas mujeres”.


Una preocupada
De la oyente tipo de Elena Francis sabemos que, principalmente, era una chica de 17 a 29 años, que escribía desde Barcelona pero que había nacido en un pueblo de fuera de Cataluña, especialmente en Andalucía, emigrante, sin apenas estudios, que solía firmar sus cartas con el seudónimo “una preocupada” o “una que no sabe qué hacer”. En cuanto a su profesión, ésta solía ser empleada doméstica, modista-costurera, obrera en una fábrica u oficinista. Según explica Fontova, la principal temática de las cartas era la estética: “Hay cientos de cartas en las que se pide consejo para regenerar el cutis, mejorar el cabello, depilarse o, simplemente, renovar la apariencia personal... Debemos tener en cuenta que muchas mujeres se trasladaban del campo a la ciudad y tenían otro tipo de educación y de cultura. El cine les influía mucho y ellas querían parecerse a Ava Gardner o a Sara Montiel”.


Un segundo grupo de oyentes, lo componen las amas de casa, mujeres casadas, velando siempre por la protección de sus hijos, la intendencia del hogar y la economía doméstica. En este caso, las mujeres están desesperadas por los conflictos familiares y un marido que no les hace caso, o las abandona, o las maltrata, anhelando un futuro mejor que las libere de tales desgracias. Por tanto, la llamada 'Mujer Francis' es una mujer de clase obrera o clase baja, no muy religiosa (hecho contrario al fervor religioso de la propia Elena Francis). Efectivamente, sólo un 6% de las mujeres que escribían al consultorio se consideran a sí mismas mujeres de clase media-alta o alta. Estas cartas principalmente responden a oyentes de la década de los años 50.


Otro aspecto que merece la pena destacar es la creatividad de las oyentes para firmar sus cartas con un seudónimo. A parte de los dos alias que hemos citado, el libro recoge un pequeño catálogo de 507 seudónimos con remoquetes como el conillet de la casa; herida sangrante de amor; una afligida; una que no es feliz... En total, el 21,3% de las epístolas analizadas en el libro están firmadas con un apodo. “En el fondo, todas las mujeres que escribían eran muy ingenuas y desgraciadas, pero el franquismo las quería así, sumisas y tontas”, concluye Fontova.


Confía en Dios, amiga
Por otro lado, algunas misivas no pasaban la censura y no se radiaban pero sí eran respondidas directamente por el Instituto Francis. Por correo se trataba de dar consuelo a aquellas cartas que trataban temas como la violencia machista o los abusos sexuales que la sociedad fingía no ver. Las cartas que trataban estos temas se marcaban con un asterisco. Una de las cartas que más impresionó a los autores la firmaba una muchacha que había sufrido abusos sexuales en su familia y que tras casarse, su marido la violaba a las pocas horas de dar a luz. Y parió varias veces. En este sentido, Fontova comenta que “cuando una mujer explicaba que su marido la maltrataba, la humillaba, la ultrajaba o denigraba, Elena Francis todavía reiteraba más la idea de que a este mundo se había venido a sufrir, que la vida era un calvario, que tenían que aguantar y, sobre todo, que confiasen en Dios”.


El último programa del consultorio de Elena Francis se emitió en enero de 1984, ya entrada la democracia. Por esos años, la mujer se empezaba a liberar del peso de la dictadura y de una educación machista y patriarcal. A este respecto, Armand Balsebre explica que “el consultorio se convirtió en algo anacrónico. Con la llegada de la democracia se legalizó la píldora anticonceptiva y el divorcio, la sociedad era cambiante e incluso la radio dejó de emitir programas de ficción para convertirse en un medio meramente informativo”.


Curiosamente, esta es la segunda incursión de los autores de Las cartas de Elena Francis en el análisis epistolar, pues ya en 2014 nos obsequiaron con Las Cartas de la Pirenaica, un libro que descubría centenares de misivas escritas por los oyentes de la radio que aunaba la resistencia española antifascista.


Jacobo Piñol
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